Excusas

─Y, y… y entonces me cogió la mochila y empezó a mordiscar…
─Mordisquear ─le corrigió el profesor.
─¡Eso, mordisquear! Todas las hojas y, y… los apuntes y, y…
─Y, déjame adivinar ─le interrumpió el profesor─, los deberes ─añadió con desgana.
─¡Sí! ─se apresuró a contestar Daniel.
Toda la clase estalló en una risa.
─Sí, Daniel, y cada día una historia nueva. Cuando no es el perro, es la gata en celo que se meó en tu escritorio, o el apagón, o el reventón de la tubería que inundó tu habitación.
Los alumnos se reían cada vez más fuerte al recordar las rocambolescas historias de Daniel que el profesor enumeraba. Daniel se encogió de hombros, agachó la cabeza y aguantó, con la dignidad que un niño de once años puede tener, el sermón de su profesor y las burlas de sus compañeros. Al terminar las clases aún tuvo que soportar los comentarios de los niños que cogían el mismo autobús que él. “Daniel, mañana no te olvides los deberes, ¿eh? ¡Ah, no! Que se los habrá comido un cocodrilo”. Las carcajadas se oían desde el otro extremo del vehículo. Cada uno tiene sus propios deberes, pensaba indignado Daniel.
Cuando llegó a casa, soltó su mochila, cogió el carro y fue al supermercado. De vuelta en casa, recogió la compra y puso una lavadora. Se sentó a comer pan con chocolate, su merienda favorita. Más tarde, barrió el comedor y los pasillos, y estiró la funda del sofá para remeter la tela sobrante debajo de los asientos de espuma hundida. Así es como le gusta a Mamá si quiere salir de la cama y venir aquí, pensó mientras ahuecaba los cojines. Preparó la cena, tendió la lavadora y limpió la palangana de vómitos de su madre.
─Mamá, ya está la cena. ¿Te apetece sopa y pechuga de pollo? ─le preguntó con la misma ilusión de cada día.
─Sí. Gracias, cariño.
Le llevó la bandeja y él cenó en el comedor viendo una serie en el ordenador. Al acabar, le recogió la bandeja a su madre y guardó en la nevera la comida que, otra vez, ella casi no había ni probado. Al menos mañana no tendría que preparar su almuerzo, solo el de ella. Lavó los platos, limpió la cocina y, exhausto, se sentó en su escritorio con la agenda escolar abierta, dispuesto a hacer uso de su creatividad para inventar una nueva excusa para el día siguiente. Tal y como venía haciendo, cada día, desde que su madre empezó la quimioterapia.

©Isabel Rebaque

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2 comentarios

  1. Verdaderamente que un niño de once años tenga responsabilidades de un adulto en vez de estar en sus cosas, merece ser calificado de héroe .Que nula sensibilidad por parte del profesor y cuanta crueldad por parte de sus compañeros. Su generosidad le convierte en un héroe, priorizar el cuidado de su madre a sus estudios es admirable. Pero dónde están las ayudas para que este niño no pase a estar en riesgo de exclusión social?

  2. Y añadir lo positivo de la historia, Daniel ha desarrollado una faceta creativa como consecuencia de su situación hermosisima. Enhorabuena Daniel !

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