Crujido
Escuché un ruido y me escondí en el armario.
La última vez que Crujido se escapó de la jaula perdí dos dedos. Mi hámster es un animalito un poco susceptible. Nunca ha dejado de crecer, debe ir ya por los treinta kilos, por lo menos. Desde la última oleada de radiación solar, las cosas se han estado complicando bastante a nivel genético. Veremos como acaba todo esto…
—¿Puedes mover un poco el codo, por favor? —una voz detrás de mí casi me para el corazón—. Estoy un poco delicada de las costillas, ¿recuerdas?
—Perdona, Hilde, cariño. No te había visto —le contesté mientras buscaba mejorar mi postura—. ¿Qué casualidad encontrarte aquí, no?
—Esa rata doméstica me tiene frita.
—Pensaba que estarías en la cocina.
—¡Y lo estaba! Al romper los barrotes Crujido ha ido directo a la nevera. La llené esta mañana, así que lo tendremos un rato distraído. Pero me he venido aquí por si acaso.
—Podríamos comprar otra jaula —dije.
—Lo que tenemos que hacer es echarlo de casa. O mejor, ¡matarlo! Ya se ha comido los muebles del comedor. Y tu hijo le ha tirado todos los libros del cole.
—Aprovechando la tesitura, ya veo… El chico sabe distinguir dónde hay una oportunidad, aunque creo que no conseguiremos hacer de él un hombre de provecho.
—¡Qué va! Se lo va a comer antes el hámster.
—¡Pero mira que eres burra!
—A ver… ¿Por qué nos estamos escondiendo? —se defendió.
—Hombre, Hilde. Es una bestia enorme.
—Es enorme, se te ha merendado dos dedos, ha ganado seis quilos en una semana y no parece tener intención de para de crecer. Por no hablar de que en un ataque de mimos me ha roto cuatro costillas.
—Lo mío de los dedos fue un accidente, mujer. No creo que tenga intención de devorarnos.
En esa conversación estábamos, cuando se oyó un terrible grito al otro lado del piso.
—¡Mamaaaaaaaaaa, socorroooooooooooo!!!! ¡Crujido se ha comido la Playyyyyyyy!!!
—Quizás tengas razón, cariño —le susurré a Hilde.
Relato publicado en «Cachitos de tierra» – ©Enric Gisbert