Memoria de Marioneta

Esa noche perdió completamente la memoria. A su alrededor las paredes se iban desdibujando a medida que los recuerdos se borraban.

¡Alucinante!, al mirarse no se reconocía. Intentaba recordar cómo había llegado a esa habitación, de dónde surgió su vida y por qué. No encontraba respuestas. Estaba sola y desde la ventana únicamente veía un bosque. Al contemplarlo con más atención podía observar como los árboles se iban empequeñeciendo. Parecían alejarse de la realidad. La cabeza le daba mil vueltas intentando encontrar una respuesta.

Se focalizó en el interior del cuarto. Abrió un libro con la intención de agarrarse a algo y contempló cómo las letras se escapaban. Decidió que sin memoria ni paredes que la protegieran lo mejor sería echar a correr: se dirigió hacia la puerta, pero esta ya se había borrado siendo sustituida por un bloque negro. Enloqueciendo se movió por lo que ya no era su casa, su hogar, y que iba desapareciendo tan solo con mirarla. Sin saber por qué pensó en los complejos nudos de la vida y empezó a sentirse marioneta de un titiritero inexperto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el destino. Peor no podía ser.

Meses más tarde descubrió árboles nuevos en la ventana. Esta vez no disminuían ni desaparecían, también entraba una brillante luz. Las paredes borradas volvían a recuperar su forma y tamaño habitual. Siguió observando la habitación y todo parecía regresar a la realidad. Tomó el libro que perdió las letras y pudo leer «Había una vez una niña de papel que jugaba con los árboles…» Satisfecha de saber otra vez quién era se estiró a la espera de la llegada del titiritero. Ahora, tranquila, recordaba: La vida volvía cada verano con el regreso del comediante a su caravana de espectáculos.

©Nuria Riera Wirth

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