Entrenando “des” con sacapuntas: Desacapuntas

La punta del lápiz se va desgastando mientras creo el desfile de letras, a modo de soldados, con su poco de plomo que añade algo de brillo al grafito. De vez en cuando, hay que enmendar ese gasto cuanto la parada militar se va al fondo de las pautas y las formas ensanchan el contorno y pierden su perfil afilado. Se vuelven borrosas, una especie de niebla va cayendo, escamoteando la calle por la que vamos transitando a la par. Y esa misma cabeza directora pierde agarre y resbala. En su caída, a veces se antepone, a veces se propone y otras busca un camino alternativo.

Miro la punta del lápiz. Y la veo perfecta, aunque la fila de trabajadoras ya es de dos o tres de ancho y se monten entre ellas. Mientras, vienen y van en un caos de patas y antenas y trayectorias. Y hay que recomponer esa punta roma, hay que girar a la inversa lo que está pensando para un sentido, como la escritura formal que se desanda. Se ha hecho necesario y aplicamos el des-sacapuntas que recompone el alma dentro de la madera, se restituye su espíritu. Y como un hechizo, extrae el jugo que ha ido impregnando la página. Se deshace la escritura, banal, incierta y sin forma. Ese contenido va desapareciendo mientras trabaja el ingenio, recobra con sus giros algo del plomo oxidado y redime la definición a los renglones. Trabajador y puntilloso, el desacapuntas ha terminado su aplicación como si un terremoto sujetase la hoja por los hombros, la agitase y hubiera preñado la plana.

Pero recuerdo ese escrito, como si lo hubiera atrapado en una camisa de fuerza. Por eso vuelvo sobre mis pasos con la punta nueva y se rehacen, se recrean armados, los soldaditos dan la vuelta al hotel y se vuelven, marciales, con voluntad de hacer un ciclo eterno. Salvo que no todas las letras harán las mismas palabras, son muy pocas frente al ejército del vocabulario. Algo como una sombra sobrevuela la página y corrige. Dando vueltas al retorno, el texto que se ha adueñado de la página desaparece, se reconstruye, se desanda y las hormigas suben por los dedos hacia la mano, a horcajadas en la comisura de los dedos y ahora es la mano suelta del brazo que se vuelve marioneta, son las hormigas que tiran del hilo de los músculos. Todo anda a la vez sobre su propio rastro en el papel que se ha vuelto tierra blanda o desierto cuyo paso mancha con pisadas firmes que el viento irá borrando de las dunas a su vez, otro caso, otro día, otro amor. Otra oportunidad.

Vuelvo a mirar la libreta, mientras retorno el lápiz al estuche. Con algo que perturba, está blanca, pautada y limpia. No queda nada de los pasos dados. O es un día recreado o es una página vuelta. Lo escrito queda al albur del aire, de las manos, del cerebro más viejo, más gastado. La página hollada con marcas de presión del otro lado me premia con otro lance no del todo impoluto.

Jordi Aldeguer, Clucada

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