Chispas explosivas
Llegó a casa y empezó a dar portazos: blammmm, blam, blam. El recibidor, el pasillo, el baño y silencio durante unos minutos. Y blam, blam de nuevo. Otra vez el baño y luego el dormitorio. Eran las cinco de la mañana y su mujer protestó:
–¡Pedro! ¡Despertarás a los niños!
–¿Y qué? Casi es de día…
–Disfrutemos de un rato antes de levantarlos. Vaaa… deja ese mal humor y ven a la cama —le suplicó melosa.
–Otra alarma inútil. Esta madrugada hemos tenido que sacar a cuatro imbéciles del falso techo del hipermercado.
–¿Qué?, ja, ja, ja… ¿Y qué hacían allí?
–¡Eso me pregunto yo! Cosa de los maderos. Fueron a robar y para que no los pillaran se escondieron en el falso techo. ¡Y claro!, la poli no realiza según qué acciones. ¡Patanes! Y nos han llamado: ni que no supieran usar una escalera —explicó mientras se desvestía.
–Anda, deja de protestar y ven a por mimos —reclamó ella.
Pedro, bombero por vocación al fuego, accedió a los ruegos de su mujer y se dejó acariciar. Pero el malhumor seguía por dentro: “que babosa la policía local, no sirven para nada… mucho gimnasio y poco riesgo…”
–¿Y sabes qué? —siguió hablando—, pues se lo hemos puesto difícil diciendo que sin una grúa no los podíamos sacar. Así esos pitufos tuvieron que esperar horas para el papeleo.
–Anda, calla —suplicó sin dejar de tocarlo.
–Sí, porque solo sirven para los papeles… informes y más informes. Si supieran lo bueno de la acción ante el fuego.
Empezó a reaccionar a las caricias de Ana. Una ola de calor le subía desde los muslos hacia el ombligo. Se produjo un dulce silencio armónico en el dormitorio. Chispas de placer inundaron los cuerpos hasta el éxtasis explosivo final de un placentero orgasmo. Abrazados esperaron a que la temperatura bajara.
–Eran cuatro migrantes, seguro que tenían hambre… ellos y sus familias…
–Cariño… no sigas… calla…
–Por suerte no los podrán empapelar por robo, solo por intrusión. Aunque tendrán que pagar la reparación del techo…
–Ojalá hoy tengas un gran incendio que apagar y no llegues tan parlanchín —dijo Ana poniéndose la bata—. Descansa mientras levanto a los niños.
Y durmió, y soñó con esos incendios que tanto le gustaban.
©Nuria Riera Wirth